Encontré dos fábulas poco conocidas del escritor Sri Jaael Aurob (India, 1872-1950)
La princesa se apresuró a bajar la escalera, cuando llegó a la puerta de la torre encontró una senda roja y el príncipe había muerto. El dragón escapaba como un sueño; diluyéndose entre las olas del inmenso mar.
Se cuenta que al principio del arte guerrero chino, los aspirantes a comediantes debían hacer un esfuerzo en impresionar al presidente del ministerio de conformidad. El día en que fueron convocados los jóvenes, Cheng se había sentado frente a la entrada, a la espera de que alguien impactara su implacable desconcierto frente al arte del buen contar. Treinta jóvenes surcaron por sus oídos cuantos gritos imaginaron y entre sus cabellos todas las formas que sus dedos podían inventar. Cuando los ministros daban fe de que sólo uno faltaba, el presidente dio la orden de cerrar la puerta, allí entre las hojas de listón que cubrían la entrada, el aspirante treinta y uno deslizó su examen a punto y medio del piso; cayeron seis dientes entre algodones. El presidente no ocultaba su alegría de encontrar un estudiante digno de su clase, quiso reír y aún sin entender su boca empezaba a sangrar.
Muerte
La princesa se apresuró a bajar la escalera, cuando llegó a la puerta de la torre encontró una senda roja y el príncipe había muerto. El dragón escapaba como un sueño; diluyéndose entre las olas del inmenso mar.
Academia
Se cuenta que al principio del arte guerrero chino, los aspirantes a comediantes debían hacer un esfuerzo en impresionar al presidente del ministerio de conformidad. El día en que fueron convocados los jóvenes, Cheng se había sentado frente a la entrada, a la espera de que alguien impactara su implacable desconcierto frente al arte del buen contar. Treinta jóvenes surcaron por sus oídos cuantos gritos imaginaron y entre sus cabellos todas las formas que sus dedos podían inventar. Cuando los ministros daban fe de que sólo uno faltaba, el presidente dio la orden de cerrar la puerta, allí entre las hojas de listón que cubrían la entrada, el aspirante treinta y uno deslizó su examen a punto y medio del piso; cayeron seis dientes entre algodones. El presidente no ocultaba su alegría de encontrar un estudiante digno de su clase, quiso reír y aún sin entender su boca empezaba a sangrar.
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