ANA & MIA

Cuando cerré la puerta caí sobre mis rodillas, la barbilla me llega al pecho y ahora estoy llorando de nuevo, o peor, intentando llorar cuando ya nada me conmueve, cobré fuerzas y caminé hasta mi cama, lancé el brazo cortado hacia la izquierda para apagar la luz de un solo intento, ahora estoy confundida, no, asustada, me he tirado sobre la cama con la cara estrujada contra la sábana y un llanto forzado que va cediendo al sueño, un poco a este juego de náuseas, cortadas y calorías, el brazo sangra ligeramente, maldición tengo que levantarme a cambiarme la toalla siento más sangre entre las piernas, ahora no, ya me voy durmiendo, sonrío asintiendo, esto me gusta de dormir, no hay qué comer.


Me levanté de la cama y pensé que debo dedicar un espacio mayor a lo evidente, porque poco a poco voy tomando aspecto de lo que soy, de la otra muchacha a la que decido llamar Mía, la que ha comido o bebido demasiado, tal vez estoy llevando esto demasiado rápido, entré al baño y, respirando hondo abrí la ducha y reposé las manos sobre los calidos mosaicos, debía encontrar mi voluntad en alguna de esas gotitas rojas que ahora formaran un pequeño charco al diluirse con el agua. Tengo un cuerpo, agujereado, lacerado, con arrugas que me llegan hasta la garganta pero que no se ven sobre mi piel. Ya no tiene sentido secarse, además me lastimo las heridas, cada cortada me dura dos, tres días y se calma el deseo de volver a cortarme porque el recuerdo está a viva carne. Mami me vocea algo desde el pasillo y yo respondo que no como más guandules, ella sonrió, yo sonreí también pero por una razón diferente.

.-- Escrito Por Javier Ferrand y Robert Alexander
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