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La Tradición del Teatro como Arte

Interesante reflexión por parte del dramaturgo David Mamet sobre el teatro, Este texto me llegó gracias a Jochi Muñoz.


por David Mamet


david mametNo, el teatro no está muerto. Ni siquiera está herido de gravedad.
Bueno, mientras los artistas de la escena tengan su propio teatro: el
que llevan en el corazón.

Se nos ha dicho que el teatro siempre está muriendo. Y es cierto, y,
en vez de quitarle importancia, deberíamos comprenderlo. El teatro es
una expresión de nuestra vida onírica, de nuestras aspiraciones
inconscientes. El teatro responde a lo mejor de nuestra sociedad, a lo
más turbado, a lo más visionario. Conforme la sociedad cambia, cambia
el teatro. Los trabajadores del teatro —actores, escritores,
directores, profesores— se ven atraídos a él no por una predilección
intelectual, sino por necesidad. Nos vemos empujados al teatro por
nuestra necesidad de expresar —nuestra necesidad de responder a los
interrogantes de nuestras vidas— las cuestiones del tiempo en que
vivimos. De este momento.

El artista dramático desempeña en la sociedad la misma función que los
sueños en nuestra vida subconsciente. Se nos elige para que
suministremos los sueños del cuerpo político, somos los hacedores de
sueños de la sociedad. Aquello que representamos, diseñamos,
escribimos, no proviene de una fantasía individual carente de sentido,
sino del alma de los tiempos, esa alma que se observa y se expresa en
el artista.

El artista es el explorador avanzado de la conciencia social. Como
tal, muchas veces sus primeros informes no son creídos. Más tarde esos
informes pueden ser aplaudidos y luego, tal vez, sacralizados, lo que
equivale a decir esterilizados: se los juzga descriptivos, no de una
realidad exterior, sino del curioso y personal estado mental del
artista. Más tarde aún, tanto los informes como el artista pueden ser
desechados, pues lo que dicen es tan trillado que resulta inútil.

No es el teatro el que está muriendo, sino los hombres y mujeres: la
sociedad. Y mientras ésta muere, aparece un nuevo grupo de
exploradores, artistas, cuyos informes son repudiados, luego
sacralizados, luego repudiados.

El teatro está siempre muriendo porque la inspiración artística no
puede ser inculcada; sólo puede ser alimentada.

La mayoría de las instituciones teatrales no sobrevive creativamente
más allá de una generación. Cuando desaparece la necesidad que les dio
origen sólo queda una cáscara vacía. La codificación de una visión...,
que no es visión en absoluto. El impulso artístico —el impulso de crear
— se convierte en el impulso institucional —el impulso de conservar— y
ambos son antitéticos.

¿Qué puede conservarse? ¿Qué puede comunicarse de una generación a la
siguiente? Filosofía. Moral. Estética. Todo esto puede expresarse por
medio de una técnica, en aquellas disciplinas que permiten al artista
responder veraz, plena y amorosamente a aquello, sea lo que fuere, que
él o ella desea expresar.

Estas disciplinas —las disciplinas del teatro— no pueden comunicarse
intelectualmente. Deben aprenderse de primera mano mediante una larga
práctica bajo la tutela de alguien que las haya aprendido de primera
mano. Deben aprenderse de un artista. Las disciplinas del teatro deben
aprenderse practicando con, y emulando a, aquellas personas que son
capaces de emplearlas.

Esto es lo que puede y debe transmitirse de una generación a la
siguiente. La técnica, el conocimiento de cómo traducir el deseo
incipiente en una acción nítida, una acción capaz de comunicarse por
sí misma al público. Esta técnica, esta atención, este amor a la
precisión, a la nitidez, este amor al teatro, es el mejor camino,
porque es amor al público, a aquello que une al actor y la sala: un
deseo de compartir algo que todos saben que es cierto. Sin técnica, es
decir, sin filosofía, la actuación no puede ser arte. Y si no puede
ser arte, tenemos un grave problema.

Vivimos en un país analfabeto. Los medios de comunicación de masas —
incluido el teatro comercial— comercian con lo más bajo de la
experiencia humana, y, en último término, nos envilecen a todos por el
puro peso de su insensatez.

Toda reiteración de la idea de que nada importa envilece el espíritu
humano. Toda reiteración de la idea de que en la vida humana no hay
drama, sino sólo dramatización, de que no hay tragedia, sino sólo
desgracias inexplicables, nos envilece. Porque niega lo que sabemos
que es verdad. Al negar lo que sabemos, somos como una nación que no
puede recordar sus sueños; como una persona desdichada que no puede
recordar sus sueños y por eso niega soñar, y niega que existan cosas
tales como los sueños.

Al aceptar nuestra desdicha nos estamos destruyendo a nosotros mismos.
Nos destruimos a nosotros mismos cuando aprobamos que se acepte el
olvido en la televisión, en el cine y en la escena.

¿Quién alzará su voz? ¿Quién hablará en nombre del espíritu
estadounidense, del espíritu humano? ¿Quién es capaz de ser oído? ¿De
ser aceptado? ¿De ser creído? Solamente la persona que habla sin
motivos ocultos, sin esperanza de obtener beneficios, incluso sin el
deseo de cambiar, con el único deseo de crear: el artista. El actor.
El actor entrenado y vigoroso, dedicado a la idea de que el teatro es
el lugar al que vamos a escuchar la verdad y equipado con la capacidad
técnica de hablar con sencillez y claridad.

Si esperamos que el actor, el artista de teatro, tenga la fortaleza de
decir no a la televisión, de decir no a aquello que envilece, y de
decir sí al escenario —a ese escenario que es el proponente de la vida
del alma—, ese actor deberá ser entrenado y respaldado concretamente
para sus esfuerzos. No se puede esperar que alguien renuncie incluso
al magro consuelo del éxito financiero y la aclamación crítica (al aún
más magro —y más extendido— consuelo de la esperanza de alcanzar estas
cosas) si no se le muestra otra cosa mejor.

Debemos apoyarnos mutuamente y de manera concreta en la búsqueda del
conocimiento artístico, en la lucha por crear. Debemos apoyarnos en
las cosas que decimos, en las cosas que elegimos producir, en las
cosas a las que elegimos asistir, en las cosas que elegimos sostener.
Sólo elecciones activas por nuestra parte sacarán al teatro, el
auténtico teatro, el teatro no comercial, del reino de las buenas
obras y lo colocarán en el mundo del arte; un arte cuyos beneficios
nos alentarán, nos confortarán y cuidarán de nosotros y elevarán
nuestra alma sobre estos tristes tiempos. Ahora tenemos la oportunidad
de crear un teatro nuevo y de respaldar una tradición de teatro, una
tradición de verdadera creación.

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